Colaboración en tiempos de competencia

Vivimos en un mundo que aplaude al individuo que sobresale, que premia la competencia, la velocidad, el brillo superficial del éxito. Nos enseñaron que para avanzar hay que destacar, que para sobrevivir hay que luchar. Pero, bajo nuestros pies, en los suelos que aún no hemos contaminado del todo, los hongos están contando otra historia.
El micelio —esa red subterránea invisible que conecta árboles, raíces, nutrientes y mensajes— no busca sobresalir. No quiere ser visto. No compite por la luz, porque su inteligencia opera en la sombra. Allí, en lo profundo, ocurre algo radical: colaboración.
En Magna creemos que la colaboración no es una herramienta más, sino la estrategia más poderosa para transformar realidades. Este fin de semana lo volvimos a comprobar: fuimos parte del lanzamiento de una nueva etapa de liderazgo para una figura política reconocida en el país. No fuimos espectadores ni solo asesores externos: fuimos parte de un tejido.
Desde el diseño de la metodología hasta los más mínimos detalles del encuentro, todo fue pensado para que cada persona —desde el equipo cercano hasta los invitados, pasando por nosotros como consultores en comunicación estratégica— se sintiera parte activa de la construcción. Cada gesto, cada dinámica, cada conversación fue una invitación a abandonar la lógica de “quién brilla más” para encarnar, en cambio, la pregunta esencial: ¿cómo brillamos cuando brillamos juntos?
Y mientras tejíamos con palabras, gestos, decisiones y escucha, no pudimos dejar de pensar en los hongos. En el micelio. En ese organismo silencioso que habita bajo la tierra, invisible pero vital, que no busca protagonismo, sino conexión.
El micelio no compite, coopera. No centraliza, distribuye. No acumula, comparte. Su fuerza está en la red, en su capacidad de generar condiciones para que otros —árboles, raíces, ecosistemas enteros— prosperen. Esa es también la fuerza de los nuevos liderazgos: los que entienden que el poder real no está en sobresalir, sino en sostener.
Durante el fin de semana, eso fue evidente. La potencia del proceso no vino de una voz que impone, sino de muchas voces que dialogan. No de una visión individual, sino de una apuesta colectiva. Desde Magna, como parte del equipo de comunicación estratégica y facilitación, tuvimos la oportunidad de hacer visible lo invisible: el tejido. Lo que da sustancia, confianza y posibilidad de evolución.
Como dice El Principito, es a través de los lazos que logramos comprender el mundo. El zorro necesitó del principito, y el principito del zorro. Así también nosotros, en este proceso, comprobamos que cada persona, cada rol, cada mirada fue clave. Nada funcionó por sí solo. Todo tuvo sentido porque estuvo conectado.
En los proyectos humanos, como en los ecosistemas naturales, la cultura del equipo define los resultados. No se trata de tener héroes solitarios, sino redes conscientes donde cada uno cumple un papel clave.
En Magna, creemos que ya no se trata de sobresalir, sino de sostener. No se trata de competir, sino de cooperar. Nuestra invitación es a vernos como micelio humano: redes de personas que, cuando se encuentran, no buscan ganar, sino cuidar.
Porque sobrevivirá quien sepa nutrir y dejarse nutrir. Quien recuerde que no está solo. Quien se atreva a confiar.
Este fin de semana fue una muestra viva de esa sabiduría. Y desde Magna, seguiremos apostando a procesos donde la estrategia no sea una guerra, sino un acto de cuidado colectivo. Porque liderar, cuando se hace desde la red, es también un acto de amor.
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